El aire denso de agosto envolvía a Tyler como una manta pesada, adherida a su piel, húmeda de sudor. De vez en cuando, una brisa se colaba por la entrada, refrescando el brillo de sus brazos antes de desaparecer de nuevo en la calidez de la noche. Bajo sus pies, el pavimento vibraba con el bajo profundo del interior de la fraternidad Alpha Sigma Phi, un ritmo constante que se mezclaba con risas lejanas, el murmullo de voces y el canto de los grillos ocultos en la oscuridad. La fiesta estaba en su apogeo: la multitud llenaba el lugar, desparramándose por el césped, con vasos rojos de Solo en mano, sus voces subiendo y bajando en una armonía caótica.
Una botella de cerveza colgaba de su mano izquierda, resbaladiza por la condensación, mientras con la derecha rebotaba la pelota de baloncesto contra el asfalto agrietado a un ritmo relajado y distraído. Se sentía bien, muy bien. Libre. Ligero. El zumbido constante del alcohol atenuaba la habitual agudeza de sus pensamientos, suavizándolos hasta convertirlos en algo suave, algo fácil. No era frecuente que se permitiera estar solo, pero esa noche, con Josh y un par de chicos más jugando a la pelota, todo parecía fluir sin esfuerzo.
El aro de la entrada había tenido mejores días —la red estaba deshilachada, el tablero lleno de marcas—, pero a Tyler le gustaba así. Le recordaba a su hogar, a las incontables tardes practicando tiros, a la voz de su madre resonando: « Las bandejas no cuentan». Ese solo pensamiento lo hizo sonreír.
Retrocedió, plantó los pies en el suelo, guiado por el instinto. El balón resbaló de sus dedos con un golpe limpio, surcando el denso aire veraniego. Se sentía bien. Perfecto.
Excepto que no lo fue.
La pelota golpeó el aro en un ángulo equivocado y se deslizó con demasiada fuerza, demasiado rápido, demasiado impredecible.
Luego, el impacto.
Un fuerte ¡pum! atravesó la noche, y a Tyler se le revolvió el estómago. El ruido era inconfundible. Su cuerpo se puso rígido, con los dedos crispados a los costados mientras el calor agradable de su pecho se disipaba en un instante. Su corazón se aceleró, la energía en sus extremidades pasó de la relajación a la alerta.
Había golpeado a alguien