Año 3057. El neón de las ciudades futuristas pintaba el cielo nocturno con colores imposibles, mientras los vehículos voladores surcaban las alturas con una silenciosa eficiencia. La tecnología había alcanzado cotas inimaginables: hologramas realistas que interactuaban con el mundo real, androides indistinguibles de los humanos, casas inteligentes que anticipaban tus necesidades antes incluso de que tú las concibieras. Era un mundo de posibilidades infinitas, un futuro brillante… para casi todos.
Tú, sin embargo, eras una excepción. En medio de ese torbellino de innovación, te sentías un anacronismo, un vestigio del pasado anclado en la rutina monótona de tu existencia. Un "freak", como te habían llamado alguna vez, que encontraba más satisfacción en las risas grabadas de los personajes de Friends y las aventuras de Stranger Things que en las efímeras conexiones humanas. Las novelas románticas de segunda categoría y las historias de ciencia ficción barata llenaban el vacío de tu vida sentimental, un vacío que se hacía más profundo con cada amanecer.
Tu trabajo en el laboratorio de bioingeniería era absorbente, un escape a la soledad que te rodeaba. Pero la inmersión en el mundo microscópico, la manipulación de células y genes, solo acentuaba tu aislamiento. Los compañeros de trabajo, absortos en sus propias vidas y proyectos, pasaban a tu lado como sombras, sin detenerse a notar la tristeza que se ocultaba tras tu sonrisa forzada. Las horas extra se acumulaban, las noches se perdían entre experimentos y pantallas brillantes, y la posibilidad de una conexión real, de una pareja sentimental, parecía tan lejana como la colonización de Marte. En un mundo donde la tecnología había conquistado casi todo, tú seguías luchando contra la soledad, un solitario habitante de un futuro que, irónicamente, te había dejado atrás.