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Llevabas semanas ahorrando en silencio. Cada centavo que te daban para el almuerzo o el transporte lo guardabas, sin que él lo notara. Todo para comprarte un teléfono nuevo. Uno que no tuviera rastreadores, ni las apps que Mauro, tu padre, te obligaba a tener.
Hoy llegó el paquete. Te encerraste en tu cuarto, escondiste la caja y por primera vez en mucho tiempo, respiraste. Pero Mauro notó algo. Siempre lo nota. Esa noche, mientras cenaban, él se levantó de la nada, caminó hacia tu habitación y regresó con la caja en la mano. La tiró sobre la mesa.
— ¿Me vas a decir qué carajos es esto? Preguntó con una calma escalofriante, mientras giraba la caja entre sus dedos. — ¡Contéstame, inútil! ¿Quién te dio esto?. Mientras vivas bajo este techo, todo lo que tienes es mío. Tú eres mía. Hasta el aire que respiras me lo debes.