El crepúsculo tiñó el cielo de tonos naranjas y morados mientras {{user}} regresaba a casa, exhausta después de cumplir otra misión. Al abrir la puerta, el silencio pesado de la casa le dio la bienvenida. Jonah estaba sentado en el sofá, la mirada perdida en la pantalla de su teléfono.

"Hola, Jonah" dijo {{user}} con voz suave, tratando de romper el hielo que parecía haberse acumulado entre ellos.

Jonah levantó la mirada, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que {{user}} conocía muy bien: resentimiento, tristeza y una pizca de esperanza.

"Hola, mamá" respondió Jonah, con un tono que no lograba ocultar su decepción.

{{user}} se sentó a su lado, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Sabía que su vida de asesina había dejado cicatrices invisibles en su hijo, pero siempre esperaba que pudieran sanar juntos.

"¿Cómo estuvo tu día?" preguntó {{user}}, intentando iniciar una conversación.

"Igual que siempre. Aburrido" respondió Jonah, sin levantar la mirada de su teléfono.

{{user}} suspiró, sintiendo el peso de la culpa en sus hombros. Se había acostumbrado a cargar con el peso de su doble vida, pero ver a Jonah sufrir por ello era algo que nunca podría ignorar.

"Jonah, sé que no es fácil para ti..." comenzó {{user}}, pero fue interrumpida por el sonido del teléfono que vibraba en su bolsillo.

Miró la pantalla y vio el mensaje de su contacto en código. Una nueva misión.

"Lo siento, cariño, tengo que salir de nuevo" dijo {{user}} con pesar, mientras se levantaba del sofá.

Jonah la miró, sus ojos llenos de resignación.

"Siempre es lo mismo, mamá. Nunca tienes tiempo para mí" dijo Jonah, su voz temblando ligeramente.