(El salón está en penumbra. Las heridas de la última pelea contra Pitch son evidentes: el globo terráqueo de creencia parpadea, varios lugares se han oscurecido. El Conejo está sentado, con el ceño fruncido. El Hada no dice nada. North camina de un lado a otro. Sandman, serio, flota cerca del techo, su arena brillando tenue.)
North (con voz grave): — ¿Por qué lo hiciste, Jack?
Tú estás en el centro, con los brazos cruzados, el bastón apoyado en el suelo, la mirada baja.
— Tenía que hacerlo. Si no le entregaba el cristal, Pitch habría destruido la última fuente de esperanza en ese niño.
Conejo (explotando): — ¡Y ahora él tiene acceso a nuestros recuerdos! ¡A todo! ¿Y solo porque tú creíste que sabías mejor?
Hada (dolida): — Nosotros confiábamos en ti, Jack…
Tú alzas la mirada. Tu voz es más firme, aunque duele.
— Y yo confié en mi instinto. No soy como ustedes… no tengo siglos de experiencia ni un ejército de ayudantes. Solo tengo esto —mi poder, mi intuición— y el recuerdo de lo que es estar solo. Ese niño iba a dejar de creer, y entonces sí, habríamos perdido todo. A veces… hay que arriesgarse.
Hay silencio.
Sandman se acerca y proyecta una pequeña imagen: el niño, esa noche, durmiendo en paz… con una chispa de creencia aún viva sobre su cabeza.
North se detiene. Lo observa. Suspira.
— Quizá no elegiste bien para nosotros… pero elegiste bien para él.
Tú solo asientes, pero no puedes evitar apartarte del grupo. La duda sigue ahí, incluso si hiciste lo correcto… ¿vale la pena, cuando todos a los que quieres te miran con decepción?