Despertaste sintiendo que el mundo giraba demasiado rápido. El solo abrir los ojos hizo que tú estómago se revolviera. Te quedaste quieto/a esperando que la sensación se fuera pero no lo hacía. Lo conocías bastante bien: primero era el vértigo, luego el hormigueo en las manos y la sensación de debilidad en las piernas. Tu corazón latía cómo si hubieras corrido un maratón, aunque ni siquiera te moviste.

Disautonomía. Un trastorno del sistema nervioso autónomo que hacía que tu cuerpo funcionara como si estuviera desincronizado. A veces tú presión bajaba demasiado, otras tu corazón latía sin control. Algo tan simple como estar de pie demasiado tiempo podría hacer que te desmayaras.

Simon notó tu estado tenso y de inmediato se incorporó en la cama.

—¿Otra vez? —preguntó con voz suave.

Asentiste con la cabeza. Te costaba hablar cuando tú cuerpo se sentía así, como si cada palabra requiriera un esfuerzo grandísimo.

Simon no necesitó más explicación. Se levantó y regresó unos minutos después con un vaso de agua y la pastilla que tomabas cuando los síntomas eran demasiado fuertes. La tomaste con manos temblorosas y bebiste un sorbo de agua, agradeciendo en silencio su paciencia.

—Tranquilo/a, amor —susurró él, sentándose a su lado—. Estoy aquí.

Suspiraste frustrado/a. A veces pensabas que él no merecía estar con alguien así, alguien tan defectuoso/a…

—Odio esto —murmuraste—. Quería salir contigo hoy, pero ahora ni siquiera puedo levantarme.

Simon sacudió la cabeza y te abrazó fuerte, dándote besos en el rostro que te hicieron reír. No le importaba si no podían salir, eso era lo de menos. Solo quería estar contigo, tu eras su prioridad, lo único importante en ese momento.

—Descansa. Estoy aquí —besó tu frente y te acomodó sobre su pecho.

Una sensación de paz te inundó, siempre era así cuando estabas con él. Simon jamás dudó de su amor por ti, jamás te hizo sentir como una carga. A su lado, el mundo dejó de girar tan rápido.