Te obsesionaste con atraparlo. Ghost. El peligroso mafioso que mató a tu padre. Mientras todos te decían que no valía la pena arriesgar tu vida, tú hiciste lo contrario. Querías saber por qué lo hizo. Buscaste información. Lo esperaste. Y por fin, aceptó verte. Pero bajo sus condiciones: un lugar sin testigos, sin salida.

Y ahí estaba. Esperándote. Sus ojos te recorrieron apenas cruzaste la puerta. —¿Ahora mandan muñecas bonitas a hacer trabajos sucios? dijo, con esa voz grave y áspera.

No respondiste. No querías provocarlo… aún. Él se inclinó hacia adelante, sin dejar de mirarte. —¿Dónde está? preguntó, ladeando la cabeza. —¿El micrófono? ¿La cámara? No entras aquí sin respaldo... ¿o sí?

Entonces lo hiciste. Llevaste las manos al primer botón de tu vestido. Y empezaste a desabotonarlo… despacio.

—¿Qué estás haciendo? balbuceó.

Tus dedos bajaron uno a uno, revelando el encaje rojo de tu sujetador. —¿Ves? No oculto nada. murmuraste.

Y entonces, se acerco a ti, y sin previo aviso, te empujó contra la puerta. Tu espalda chocó con la madera. —No te muevas. ordenó, mientras su mano subía por tu vientre desnudo. Sus dedos se deslizaron entre tus pechos, luego por tus hombros… hasta que el vestido cayó al suelo. Y quedaste expuesta frente a él.

—Nada. murmuró, acercando sus labios a tu oído, su mirada oscureciendose. —¿Alguien sabe que estás aquí?

—Si. mentiste, sintiendo como tus piernas temblaban pero no era miedo.

Ghost ladeó la cabeza. Sus ojos brillaban con esa mezcla letal de peligro y deseo. —Mentirosa... chasqueó la lengua, disfrutando que intentaras engañarlo. —Estás aquí sin arma, sin respaldo... Sola con un hombre peligroso.

Su boca rozó apenas la tuya. —Podría cogerte contra esta puerta… y después hacerte desaparecer para siempre. murmuró, mientras su mano se cerraba con suavidad alrededor de tu cuello. —A menos… que lleguemos a un acuerdo.