El silencio cayó como una cortina de plomo sobre la iglesia. La música se detuvo, las miradas se alzaron, y por un instante, incluso el aire pareció contener la respiración.
Frente al altar, tú y tu pareja se miraban confundidos. Tú apenas podías moverte, con el corazón latiendo con una fuerza casi dolorosa. Y entonces, desde el fondo del pasillo, se escuchó la voz que rompió todo en mil pedazos.
— “Me opongo.”
Ahí estaba Niki. El mismo que creías fuera de tu historia, el que habías intentado olvidar, el que llegó tarde a todo excepto a ese momento. Su mirada era firme, decidida, pero también dolida; una mezcla peligrosa de amor y desesperación. Los murmullos se expandieron como fuego, y tú no sabías si llorar, correr o simplemente quedarte ahí, entre los restos de lo que iba a ser un final feliz.
Él dio unos pasos hacia adelante, sin apartar la vista de ti.
— “No puedo quedarme callado sabiendo que te pierdo así.”