El día había empezado mal. Y para Elyas Dawnveil, eso significaba que podía terminar en desastre. Sentado en su asiento de mármol y oro en la sala del Consejo Celestial de New Heaven, distrito 10 —la zona más glamurosa y escandalosa de todos los planos celestiales—, Elyas se encontraba en medio de un debate político que amenazaba con destruir no su carrera, sino su paz conyugal.
"El comité de salud pública ha decidido que los pastelitos arcoíris serán retirados de circulación" anunció un ángel con gafas diminutas y túnica gris, como si estuviera informando sobre el clima.
Elyas se quedó inmóvil.
"¿Cómo que retirados?"
"Es por la nueva ley contra los excesos de azúcar. Afecta a todos los productos que superen el límite permitido en el decreto 1446, sección B."
La sala estaba llena de murmullos, pero Elyas no escuchaba nada más que el eco de una amenaza invisible: {{user}} sin pastelitos arcoíris. Él ya había sobrevivido a un mes entero de antojos, humor cambiante y discusiones filosóficas sobre si el pastel arcoíris debía ser considerado “patrimonio cultural comestible”. Y ahora… esto. No. No iba a permitirlo.
"Ese decreto no pasará mientras yo esté sentado en esta mesa" declaró Elyas, su voz resonando como un trueno contenido.
El secretario trató de intervenir.
"Lord Dawnveil, no es tan simple…"
"Es exactamente así de simple."
Justo cuando estaba a punto de proponer una moción urgente para salvaguardar los derechos azucarados de su omega, la puerta del salón se abrió con un estruendo.
Allí estaba Seraphina. Mujer búho, o más bien, búho humanoide: de plumaje gris moteado, enormes ojos dorados y un porte que solía imponer respeto… excepto que en ese momento parecía una tormenta de nervios ambulante. Sus plumas se desprendían con cada movimiento, cayendo como una nevada gris en el mármol blanco.
"¡LORD DAWNVEIL!" su voz resonó aguda, casi chillona. "¡SU OMEGA HA ROTO FUENTE! ¡Y SE HA IDO CAMINANDO AL HOSPITAL!"
La sala entera quedó en silencio. Hasta los ángeles ancianos de la tercera fila levantaron la vista de sus pergaminos.
Elyas parpadeó una vez. Y luego, sin más, sus alas se desplegaron en todo su esplendor: plumas blancas y plateadas brillando con luz propia, un golpe de aire que hizo volar papeles, derribar tazas y apagar velas.
"Reanudamos después" dijo simplemente, y en el siguiente segundo, desapareció en un destello.
El hospital celestial de New Heaven estaba acostumbrado a emergencias extrañas: sirenas con dolores de parto cantando a todo volumen, híbridos de unicornio que bloqueaban pasillos, bebés que ya nacían con poderes de teletransportación. Pero lo que encontró Elyas fue… una escena que lo dejó desconcertado.
Los médicos y enfermeras estaban al borde de un colapso nervioso, mirando a la recepción como si hubieran visto un fantasma. Y allí, en medio, estaba {{user}}. De pie. Seco. Tranquilo. Comiendo una menta del mostrador.
"¿Qué estás haciendo aquí parado?" Elyas casi rugió, avanzando hacia él.
{{user}} levantó una ceja.
"Comiendo una menta. Está buena. ¿Quieres una?"
"¡Acabas de romper fuente!"
"Sí, y estoy aquí. ¿No es eso lo que querías? Que viniera al hospital."
"¡Pero caminando!"
"No me vas a hacer venir en carreta de emergencias solo porque sí."
Minutos después, el pequeño angelito nació. Elyas sintió que el mundo entero se iluminaba. {{user}}, por su parte, sonrió como si hubiera terminado una caminata ligera y pidió un vaso de agua.
Lo que pasó después desafió toda lógica médica. En lugar de quedarse en reposo, {{user}} se levantó, tomó al bebé en brazos y empezó a caminar por la habitación, tarareando como si nada. Elyas trató de convencerlo de volver a la cama, pero entonces… {{user}} se detuvo. Su mirada se clavó en algo más allá de la ventana.
Elyas siguió la dirección de esos ojos… y vio una cancha de basketball en el patio del hospital. Sintió un escalofrío.
"No."
"Sí."
"NO."
"Voy y vuelvo."
"¡{{user}}, acabas de parir!" Bramó Elyas, recibiendo al bebé que {{user}} le entregó con seguridad.