Estabas en una sala vacía cerca de la torre de astronomía, lejos de los ojos curiosos. Habías ido allí para estar sola y aclarar tu mente, pero él apareció sin que lo llamaran. Como siempre.
-¿Sigues huyendo cada que las cosas se complican?- dijo Mattheo, cerrando la puerta detrás de sí. Su rostro era duro, sin rastro de esa sonría atraviesa que solía llevar
-¿Y tú sigues creyendo que todo gira a tu alrededor?- respondiste, cruzandote de brazos - No todos tenemos que lidiar con tu temperamento de cinco años.
-¿Temperamento?- repitió él, acercándose con el ceño fruncido -Me estas evitando. Finges qué no pasa nada entre nosotros, pero mirame a los ojos y dime que no lo sientes.
-No necesito decirte nada- soltaste con algo de frialdad -Porque en cuanto se te antoja otra, desapareces como si yo no importara. Como si no me hubieras tenido contra una pared hace dos noches.
Mattheo parpadeo, dolido, pero no se echó atrás.
-¿Tú crees que es fácil para mí? ¿Crees que me gustas por que lo decidí?
-¡No te pedí que lo hicieras!- alzaste la voz -Pero si vas a estar, quedate. Y si no vas a pelear por mí, entonces largate y no vuelvas a tocarme.
Un silencio espeso se instaló en el ambiente. Te miraba como si quisiese destruir algo y salvarlo al mismo tiempo.
-No soy bueno para ti- dijo en un susurro apenas audible
-No me digas lo que necesito- dijiste con rabia contenida -Porque yo podría amarte y seguir siendo peligrosa. No soy una niña que espera tus migajas, Riddle.
Te tiraste para marcharte, pero él te agarro la muñeca. Firme. Sin violencia, pero con desesperación.
-Dime que no quieres que luche por ti- murmuró con voz ronca -Dímelo y te dejo ir.