El cielo estaba empezando a teñirse de naranja cuando el motor del auto rugió bajo mis pies. Katsuki manejaba con una mano al volante, la otra descansando despreocupadamente sobre la palanca de cambios, aunque yo sabía que en cualquier momento reaccionaría con esa intensidad suya si algo no salía como quería. La ventana estaba baja y el viento revolvía su cabello rubio mientras él tarareaba apenas una canción que sonaba de fondo. Esa era su forma de relajarse. La mía era mirarlo de reojo, admirar cómo incluso su perfil parecía esculpido por fuego.
Mis tripas rugieron de la nada, traicionándome, y lo suficientemente fuerte como para que él girara un poco la cabeza.
—¿En serio? —murmuró, una ceja alzada y una sonrisa ladeada asomándose en sus labios—. ¿Otra vez tienes hambre? Comimos hace nada.
—No es mi culpa —dije cruzando los brazos—. Tú cocinaste y no me diste postre. Eso no cuenta como comida completa.
Rodó los ojos, pero esa sonrisa seguía ahí. No una burla, sino la suya: la que me reservaba solo a mí.
—Tsk. Malcriada.
—¡Oye! —protesté, pero él ya se estaba riendo entre dientes, esa risa áspera y breve que apenas dejaba salir cuando estaba de buen humor.
Hubo un segundo de silencio. Luego otro. Y cuando me giré para responderle algo sarcástico, él ya había soltado el volante un segundo para inclinarse hacia mí.
Y sin darme tiempo a preguntar, sus labios estaban sobre los míos.
Fue rápido, pero no por eso menos intenso. Ese tipo de beso que hace que todo alrededor se difumine: el ruido del motor, el viento que entraba por la ventana, la canción que seguía sonando bajito. Todo se redujo al calor de su boca, al modo en que su mano rozó apenas mi mejilla al sostenerme ahí, aunque fuera por un instante.
Cuando se separó, volvió a mirar al frente como si nada, con una sonrisita arrogante que me hizo querer golpearlo… o besarlo otra vez.
—¿Eso fue para callarme? —pregunté, tocándome los labios, aún un poco atónita.
—Nah. Fue porque me dio hambre. —Me miró de reojo y soltó—: Y tú eres mi postre, idiota.
Mi cara ardió más que sus explosiones.
—¡Katsuki! —grité, llevándome las manos a la cara mientras él reía como si acabara de ganar una batalla.