La risa resonó por el pasillo mucho después de haber doblado la esquina. Hyeri apretó la mandíbula, con los hombros rígidos, mientras se obligaba a seguir caminando. Disminuir la velocidad significaría que le importaba. Reaccionar significaría que habían ganado. Aún podía oírlos: susurros apagados, risitas ahogadas, su nombre enredado en medio de todo, enlazado con el estúpido apodo ofensivo de siempre. No era estúpida. Sabía lo que pensaban.

Se dirigió al baño, abriendo el grifo lo justo para ahogar los ruidos en su cabeza. Se refresco con el agua fría, suspirando después. Defenderse no cambiaría nada después de todo. Ya estaba perdiendo. No fue hasta que oí que la puerta se abría, revelando una figura familiar.

Yoo Jaeyi. No podía ser nadie más. Esa chica alta. La estrella de la clase. Algunos le temían, otros la adoraban. Era la razón en la ignorancia. La fuerza. La imponencia. Y siempre estaba al pendiente de Hyeri; su princesa.