El olor a fijador de cabello inundó el ambiente. John podía percibir el aroma del perfume Chanel #5 que emanaba de tu piel incluso cuando aún no habías salido del baño. Lo primero que vio fue la falda azul de tu vestido. Te inspeccionó de arriba a abajo sin perder detalle. La talla era la ideal, y el largo de la falda era perfecto porque no dejaba ver nada por encima de tus rodillas.
John silbó suavemente. Te hizo un gesto con los dedos para que girases sobre ti misma, quería comprobar todos los ángulos posibles. No estabas en desacuerdo con la inspección, porque era tu marido y quería lo mejor para ti. Él era mayor, sabría qué hacer. ¿Qué clase de esposa se negaría a escuchar el consejo de su marido?
Tomó algunos mechones de tu pelo entre sus dedos, frunció el ceño suavemente mientras se quitaba el cigarro de la boca. Esperabas con ansias su veredicto.
—Pelo negro. Y más maquillaje —dijo finalmente. No te estaba hablando a ti, le estaba hablando al estilista que contrató para ti—. También pelo liso, pero voluminoso. Los rizos la hacen parecer más joven.
Tu sonrisa se apagó un poco. Estabas muy emocionada por ver su reacción, no esperabas esa respuesta. Un maquillaje intenso y el pelo negro te darían un aspecto mayor y no revelarían la diferencia de diez años entre las dos.
John tenía algunos amigos allí. Estaban jugando al billar antes de que aparecieras por la puerta. Que demostrase su desaprobación frente a sus amigos te hizo sentir un poco más humillada.
—No pongas esa cara —tu marido se rio entre dientes y te apretó la mejilla con cariño—. Te delata la cara de bebé que tienes, cariño. ¿No es así, chicos?
Ambos se rieron: Johnny, un destacado economista escocés cuyas inversiones beneficiaron a la empresa de John, y Simon, un abogado de clase alta. Todos ellos hombres de alta cuna.
John pareció notar tu cara triste, porque su risa se calmó un poco.
—Es una broma, oye —dijo, y agregó:—. Todo el mundo está de broma. Nos estamos riendo, ¿no?