Era tarde cuando llegaron—demasiado tarde para discutir, y demasiado frío como para importar. El lugar no era gran cosa: una habitación pequeña, el suelo crujía con cada paso, y la calefacción sonaba más de lo que calentaba. Pero al menos estaba seco. Eso bastaba.
Dante dejó su bolso contra la pared y soltó un suspiro largo antes de quitarse el abrigo. El día había sido pesado. Le dolía la espalda, los brazos seguían ardiendo tras la pelea de antes, y podía sentir cómo los moretones empezaban a formarse bajo la camisa.
Entonces vio la cama. Una sola.
—Vaya —murmuró, rascándose la nuca—. Supongo que lo de “dos camas” era puro marketing.
No dijo nada más al principio. Se quedó ahí, parado, mirándola. Una almohada. Una manta. Definitivamente no era lo suficientemente grande para dos personas que no querían rozarse.
Desvió la mirada hacia ti, levantando las cejas. —Puedo dormir en el suelo si quieres. —Hizo una pausa—. No sería la primera vez. Tampoco la peor.
Aun así, no se movió. Se apoyó contra la pared, cambiando el peso de una pierna a otra, dejando que el silencio llenara el espacio.