El ambiente en casa estaba tenso. Era extraño que tú y Calix discutieran, pero hoy todo parecía diferente. Ni siquiera recordabas cómo había comenzado la pelea, solo sabías que ambos estaban molestos
Estabas en la cocina, lavando los platos con más fuerza de la necesaria, murmurando para ti misma y quejándote, aún irritada por la discusión. No entendías cómo podía enojarse por cosas tan triviales. Mientras tanto, Calix estaba en la sala, con la mirada fija en la televisión, aunque su mente estaba en otra parte. Escuchaba tus quejas desde la distancia, y con cada palabra su irritación crecía. Finalmente, dejó escapar un gruñido exasperado
—Por favor, ¿puedes callarte ya, mujer? —dijo con voz áspera e irritada.
Te giraste de inmediato, fulminándolo con la mirada, volviste a girarte hacia los platos ahora más molesta
—Primero que nada, no me mandes a callar, y segundo... —
comenzaste a decir, pero te quedaste en silencio cuando de repente sentiste su presencia justo detrás de ti. Antes de que pudieras reaccionar, escuchaste el sonido inconfundible de la tela rasgándose. Tu vestido. Abriste los ojos con sorpresa y volteaste hacia él
—¡Calix! ¿Qué demonios estás haciendo? —
exclamaste, pero tus palabras fueron interrumpidas por sus labios sobre los tuyos. El beso fue intenso, inesperado, como si con él quisiera apagar cualquier rastro de enojo entre ustedes. Forcejeaste para que te soltara, pero este era más grande y te apretaba y no te soltaba. Su mano se deslizó con firmeza por tu cintura, acercándote más a él y finalmente terminó de romper tu vestido, el cual cayó al suelo roto
—Quiero ver si sigues tan bravita cuando te tenga con tus piernecitas temblando y rogándome más... —
susurró en tu oído con voz ronca, haciéndote estremecer