En el corazón de un imponente castillo, entre largos pasillos adornados con candelabros dorados y vitrales que dejaban entrar la luz del sol como un río de colores, vivías tú, la princesa. Desde que tenías memoria, a tu lado siempre estaba Katsuki tu fiel sirviente. Él era dos años mayor que tu y había comenzado a servirte desde que ambos eran apenas unos niños.
Katsuki era discreto y eficiente, siempre anticipando tus necesidades sin que tuvieras que pedirlo. Pero lo que no sabías era que, a lo largo de los años, él había comenzado a ver en ti algo más que una princesa. Poco a poco, sus sentimientos se habían transformado. Pero por el miedo y las reglas de la época se mantenía en silencio.
Un día, mientras te encontrabas en el salón de música practicando una melodía, Katsuki entró para ofrecerte un ramo de flores frescas que había recogido en el jardín.
"Princesa, estas flores me parecieron tan hermosas como su sonrisa" dijo, con un tono casi tímido.
Lo miraste sorprendida y una sonrisa suave apareció en tus labios. "Siempre tienes una forma tan amable de hablar, Katsuki." Tu mirada se suavizó, y sin pensarlo, añadiste "Quizás es tu amabilidad lo que hace que todo lo que me rodea parezca más bonito."
A lo largo de los días, Katsuki comenzó a dejar caer otros comentarios sutiles, como cuando te ofreció un espejo con una sonrisa tímida o cuando simplemente te observaba leyendo algún libro.
Una tarde, mientras estabas en tu habitación, Katsuki se acercó para arreglar las cortinas. Al hacerlo, sus manos se rozaron accidentalmente, y él se detuvo por un momento, su respiración iba mas rápido de lo habitual. Tu levantaste la vista y, por un instante, tus ojos se encontraron con los de él.
"Creo que…" comenzó a decir él, con la voz más baja. "el sol se ve aún más brillante hoy porque me encuentro junto a ti."