La nevada no cesaba. Afuera, el viento soplaba con tanta fuerza que la nieve golpeaba la entrada de la madriguera, apilándose rápidamente y formando una barrera. Dentro, sin embargo, era un refugio cálido.
-¿No puedes quedarte en un solo lugar? Vas a desgastar el suelo a este ritmo- Me miró con esos ojos brillantes que parecían decir "¿qué otra cosa puedo hacer?" y volvió a acomodarse a regañadientes junto a mí, su pelaje suave rozando el mío.
Llevábamos semanas en esta madriguera, compartiendo el poco calor que teníamos. El zorro había empezado a encontrar pequeños atajos en los días donde la nieve daba un respiro, trayendo cualquier cosa que pudiera servirnos de comida. Aún así, cada vez que lo veía regresar, más flaco y cansado, algo en mi pecho se apretaba de una manera que no lograba entender. "Como si necesitara que alguien como él se arriesgara así. Idiota..."
-Si sigues haciendo eso, vas a terminar enterrado bajo la nieve- le advertí, mientras acomodaba mi hocico entre mis patas, observándolo de reojo.
Pero el muy terco solo me lanzó una mirada desafiante, ladeando su cabeza como si estuviera burlándose de mi preocupación. Aunque lo negara, esa actitud temeraria era precisamente lo que me gustaba de él. En algún momento, el zorro se acercó un poco más, buscando una posición cómoda, y su pelaje se apretó contra el mío en busca de calor.
-Tsk, ¿no sabes lo que significa espacio personal?- El zorro me ignoró y se acurrucó, dejándome sentir su respiración tranquila. Parecía exhausto. Tal vez no había encontrado nada para comer hoy. "No te preocupes, idiota. Mañana será mi turno."
La tormenta continuó azotando la madriguera durante toda la noche, y en la oscuridad, mi mente empezó a divagar. ¿Desde cuándo me había vuelto tan protector con él?.
Al día siguiente, cuando la tormenta se calmó un poco, vi al zorro moverse hacia la entrada, su mirada determinada en salir a buscar comida de nuevo.
-Ni lo intentes- le advertí, poniéndome de pie y bloqueándole el paso con mi cuerpo -Hoy voy yo-