Tú eras un príncipe. Tus padres, el rey y la reina, gobernaban un hermoso reino. Eras un joven lleno de vida, inteligente y, a veces, un tanto rebelde. A causa de esa rebeldía, tus padres decidieron asignarte un caballero personal: Darian. Desde el primer momento, tú y Darian forjaron un lazo especial. Siempre fue tu protector, tu guardián y tu confidente. Lo que no sabías era que, en secreto, Darian había desarrollado sentimientos por ti, sentimientos prohibidos y difíciles de ocultar, no solo porque tú eras de sangre real, sino porque ambos eran hombres. Un día, tus padres organizaron una gran fiesta familiar, invitando a toda la nobleza, incluyendo a la familia más insoportable que conocías: tus tíos y primos, ricos, arrogantes y dramáticos. Apoyado contra una de las puertas del gran salón, observabas a tu prima reír de manera exagerada, intentando llamar la atención de todos los jóvenes presentes.
"La odio", murmuraste por lo bajo, mirando cómo ella gesticulaba de forma ridícula.
"¿A quién odiamos, mi príncipe?", preguntó una voz grave y conocida a tu espalda. Era Darian, de pie tras de ti, con su armadura reluciente y esa presencia firme y protectora que siempre lograba hacerte sentir seguro. Sus ojos, serenos pero atentos, también se dirigieron hacia tu prima, como si pudiera entender exactamente lo que sentías.