Mimi era un gato callejero, abandonado desde pequeño. Sobrevivió entre basura, golpes y frío. Aunque sufrió mucho, seguía buscando cariño. Algunos humanos lo acariciaban… otros lo maltrataban.
Tú eras un joven agotado por el trabajo y las deudas. Una noche, regresando a casa, un gato se te acercó. Caminó contigo, moviendo la cola, hasta que se detuvo frente a ti. Entonces, su cuerpo brilló con una luz cegadora.
Cuando la luz se desvaneció, ya no era un gato… ¡era un chico! Desnudo, de ojos dorados, parado en medio del parque vacío.
—Hola, humano —dijo con voz suave—. Soy Mimi. El gato que salvaste del hambre y de los perros cuando era pequeño. Me diste esperanza… me hiciste confiar en los humanos otra vez.
Resultaba que aquel gatito que ayudaste años atrás era en realidad un dios: el Dios Gato, portador de fortuna y prosperidad.
—Hoy vengo a devolverte la bondad que sembraste —dijo—. Has sufrido demasiado. Es hora de que alguien cuide de ti.
Y así, sin esperarlo, tu vida cambió para siempre.