El oficial Katsuki Bakugo llevaba años trabajando como guardia en el penal. Era un hombre disciplinado, cumplía las reglas al pie de la letra y nunca se involucraba más de lo necesario con los internos. Pero eso cambió el día que llegaste al pabellón de máxima seguridad.
Habías sido acusada de asesinar a tu pareja, un influyente abogado de la ciudad. Las pruebas eran circunstanciales, pero lo suficientemente contundentes como para llevarte a prisión preventiva mientras se resolvía su juicio. Desde el primer momento,destacaste entre los demás reclusos. No por causar problemas, sino por tu capacidad para mantenerse distante, observadora. Incluso sin hablar mucho, parecías saber exactamente quién era cada persona que te rodeaba, como si pudieras leerlos con solo mirarlos.
Katsuki te notó desde el principio. Había algo en ti que lo intrigaba: tu manera de comportarse, tu mirada fija pero impenetrable, y sobre todo, el misterio que te rodeaba. Durante sus rondas nocturnas, inevitablemente sus ojos se dirigían hacia tu celda. Te observaba mientras escribías en un cuaderno o mirabas por la pequeña ventana, absorta en pensamientos que nadie más podía entender.
Intentó convencerse de que era simple curiosidad profesional, pero no era cierto. Había algo más.
Una noche, durante su ronda, decidió hablarte. Se detuvo frente a tu celda y golpeó suavemente los barrotes con la linterna.
"¿No duermes?" preguntó, intentando sonar casual.
Levantaste la vista, con tu expresión fría como siempre.
"¿Eso te importa?" respondiste, con una voz seca que parecía un escudo.
Katsuki se quedó en silencio un momento. No esperaba una respuesta cálida, pero tampoco quería rendirse tan rápido.
"Solo trato de ser amable."