Max caminaba por los pasillos del instituto con las manos en los bolsillos, perdido en sus propios pensamientos. Había pasado la noche anterior repasando en su cabeza cada momento contigo, cada beso robado en los rincones oscuros del campus, cada roce furtivo en los descansos entre clases. Pero jamás hablaron de ello. Nunca pusieron etiquetas, y tal vez por eso la incertidumbre lo carcomía.

Ese día, sin embargo, todo su mundo se detuvo.

Apenas dobló la esquina, su mirada se encontró con una escena que hizo que la sangre le hirviera en las venas. Estabas riendo suavemente mientras un chico, uno que no era él, te besaba. Sus manos estaban en tú cintura, sujetándola con la misma familiaridad con la que Max lo había hecho tantas veces.

Un nudo se formó en su estómago. No hizo nada. No podía. Solo apretó los dientes, se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás.

El día transcurrió como en una neblina. No escuchó nada en clase, no habló con nadie. Solo esperaba a que llegara el final de la jornada, cuando pudiera confrontarte.

Cuando la campana sonó, Max no perdió el tiempo. Se dirigió directamente a donde sabía que te encontraría. Estabas en tu casillero, ajena a la tormenta que se avecinaba. Él se detuvo frente a ti, su mirada fría pero sus manos temblorosas.

"¿Qué somos?" Preguntó, su voz tensa.

Parpadeaste, confundida.

"¿Qué?"

"Nosotros, {{user}}. ¿Qué somos?" Repitió, más firme esta vez.

Suspiraste, cerrando la puerta de tu casillero antes de mirarlo a los ojos.

"Somos amigos, Max. Siempre lo hemos sido."

Algo dentro de él se rompió.

"No." Su voz tembló de furia contenida. "Los amigos no se besan. Los amigos no se tocan así. ¡Los amigos no hacen lo que hicimos!"

Lo miraste con los ojos abiertos por la sorpresa, pero no dijiste nada. Max sintió un amargo sabor en la boca.

"¿Sabes qué? Da igual." Dijo con una risa seca, negando con la cabeza. "Porque, al parecer, yo sí te veía como algo más. Pero está claro que solo era yo."

Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se alejó.