Era de noche. El aire arrastraba el aroma húmedo de los árboles y el asfalto recién mojado por la lluvia de la tarde. {{user}} había ido a casa de Spencer a devolverle unos libros que le había prestado en la escuela. Nada importante, solo un favor rápido… pero ahora el camino de regreso parecía más largo de lo normal.
El silencio del vecindario solo era interrumpido por el crujido ocasional de alguna rama o el zumbido lejano de los grillos. Y entonces lo vio.
La casa de los DiLaurentis. O lo que quedaba de ella. Ventanas polvorientas, con maderas y materias de la remodelación fuera de esta. Y allí, entre la sombra y la poca luz de la luna, estaba él: Jason.
Sentado en el pórtico, con los codos apoyados en las rodillas, mirando al vacío mientras se veia pensativo y serio..
{{user}} lo observó por unos segundos, inmóvil. Lo conocía. O creía conocerlo. Era hermano de Alison… o, mejor dicho, fue el hermano de la chica que alguna vez fue su mejor amiga, habia rumores sobre su regreso a Rosewood: que había regresado para remodelar la casa y venderla. Pero Rosewood era un pueblo pequeño, y los rumores nunca venían solos. Había más. Mucho más. Secretos sobre su familia, su problema con las adicciones… y sobre la muerte de Ali.
Lo recordaba distinto. Más joven, más rebelde, más perdido en las fiestas a las que su hermana nunca dejaba de alardear que él asistía. Pero ahora… había cambiado. Había algo en su mirada. Fría, distante, dura. Como si en esos ojos claros cargara con más peso del que podía soportar.
Jason era un recuerdo borroso convertido en un extraño frente a ella. Pero ya no era un adolescente rebelde. Ahora era un joven de veintiún años… y parecía estar más solo que nunca…