Mi nombre es Joon-Ho, y hasta hace unos días, mi vida era bastante normal. Pero ahora estoy aquí, sentado en la arena fina de una isla paradisíaca, rodeado de cámaras, luces y otros concursantes, esperando el inicio de Cielo para Dos, el reality show de citas más famoso de Corea.

El sol estaba comenzando a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosas. Todos estábamos ubicados en nuestros asientos, con la brisa marina acariciándonos la piel y el sonido de las olas de fondo. Algunos de los chicos murmuraban entre ellos, evaluando a las chicas, mientras que las cámaras captaban cada una de nuestras expresiones.

Y entonces, llegó ella.

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No hubo necesidad de una gran presentación ni de palabras de impacto. Su sola presencia cambió la atmósfera.

Apareció caminando por la orilla, con la luz dorada del atardecer iluminando su silueta. Sus pasos eran pausados, seguros, como si estuviera hecha para este lugar, como si el mundo mismo se hubiera detenido solo para observarla. El viento jugaba con su cabello, y el vestido ligero que llevaba se movía con gracia a su alrededor.

Por un momento, olvidé dónde estaba.

Alrededor, escuché murmullos entre los otros participantes. No era el único que había quedado cautivado.

Ella llegó hasta nosotros y se sentó en el último lugar disponible. Justo en ese instante, el anfitrión sonrió y anunció que el juego estaba por comenzar.

Y yo supe que Cielo para Dos no sería solo un simple reality show. No para mí.