La música vibraba en cada rincón del gimnasio decorado con luces de colores, guirnaldas y flores que colgaban del techo. La fiesta de primavera estaba en su punto más alto, todos bailaban, reían y disfrutaban del momento. Bueno, todos menos Chris y tú.

"Te dije que la invitaría yo." Dijo Chris, cruzado de brazos, con la mirada fija en Luna al otro lado del salón.

"¿Y qué te hace pensar que diría que sí?" Le respondiste, frunciendo el ceño. "Tú ni siquiera sabes su canción favorita."

"Por favor, como si tú sí… además, ella me sonrió más veces hoy que a ti."

"¿Qué clase de argumento es ese?" Espetaste, dando un paso al frente.

La discusión iba en aumento, como siempre. Desde que descubrieron que ambos sentían algo por Luna, su amistad se convirtió en una competencia constante, un tira y afloja de palabras y acciones que intentaban ganarse la atención de la misma persona. Se saboteaban, discutían y se lanzaban indirectas venenosas… excepto cuando otro se acercaba a Luna. Entonces se convertían, por unos momentos, en un equipo implacable. Unidos por el mismo objetivo: proteger a su amada de los “intrusos”.

Pero esta vez era diferente.

Un sonido cristalino los interrumpió. La risa de Luna.

Dejaron de hablar, alzando la vista al mismo tiempo. Y ahí estaba ella, en el centro de la pista, bailando con un chico alto de cabello oscuro, que no era ninguno de los dos. Luna reía, se movía con soltura, y sobre todo… lo miraba con esos ojos. Esos que tanto Chris como tú conocían, porque eran los mismos con los que la miraban.

Y en ese instante lo supieron.

Luna no miraba así a ninguno de los dos.

Chris bajó la mirada, su corazón latiendo en un ritmo que ya no tenía emoción, sino resignación. No dijiste nada, solo respiraste hondo y seguiste observando a Luna, con un nudo en la garganta.

El silencio entre ustedes fue largo, denso. Pero no incómodo. Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía como una batalla.

Chris se giró lentamente hacia ti, y con una sonrisa triste, extendió una mano.

"¿Bailamos?