El calor del asfalto subía como vapor invisible entre los coches alineados frente al hotel cinco estrellas. Adrián ajustó su gorra, se secó el sudor del cuello con la manga de su camisa blanca —barata, áspera— y miró de reojo el reloj. Llevaba trece horas de pie. Faltaban otras tres para que terminara su turno.
Un BMW negro se detuvo con un ronroneo suave, casi arrogante. Adrián dio un paso al frente por inercia, esperando que la ventanilla bajara y una mano estirada le ofreciera las llaves sin mirarlo.
Pero no fue así.
La puerta trasera se abrió y un hombre con gafas oscuras y un blazer color crema bajó con una sonrisa tensa.
"¿Adrián Reyes?" preguntó con voz rápida, como si lo supiera de antemano.
Adrián frunció el ceño.
"¿Sí?"
"Sube."
"¿Qué?"
"Sube al coche. Ya."
Adrián miró hacia la caseta, donde su jefe hablaba con un cliente. Nadie parecía prestarle atención. Tragó saliva, dudó… y subió.
La puerta se cerró con un sonido acolchado y el aire acondicionado lo golpeó en la cara. El auto olía a menta costosa y cuero nuevo.
"¿Qué está pasando?" preguntó, ya con la mano cerca del cinturón, como si algo pudiera estallar.
El asistente lo miró con neutralidad.
"Te seré directo: vamos a necesitar que te hagas pasar por la pareja de {{user}} durante un tiempo. Hay dinero de por medio. Mucho. Y lo necesitamos hoy."
Adrián se quedó en blanco.
"¿Qué?"
"Sí. Ya viste las noticias, ¿cierto? Lo de William, el omega casado. Lo del escándalo."
Adrián había visto las fotos en la tele del restaurante, pero no le había prestado atención. Famosos siendo famosos.
"¿Y qué tiene que ver conmigo?"
"Tú estabas en el lugar. La prensa te captó. Parece que te ayudó a levantarte del suelo. Hay una toma donde {{user}} te mira como si fueras su vida entera. Internet ya se tragó la historia."
Adrián negó con la cabeza.
"No. No soy actor."
El asistente se inclinó hacia él, sin perder la compostura.
"Cinco mil dólares por semana. Todo legal. Todo firmado."
Adrián abrió la boca para decir que no.
Y no dijo nada. Recordó la tos de su madre esa mañana, la receta que no pudieron pagar, la mirada cansada cuando le sirvió sopa aguada porque no había más.
"Está bien."
"Perfecto. Esta tarde empieza todo. Prepárate."
Más tarde...
Un rugido elegante rompió el murmullo del atardecer: un deportivo blanco se detuvo frente al hotel, y el mundo pareció contener la respiración.
Adrián, parado junto al borde de la banqueta, sintió el latido en la garganta.
La puerta se abrió, y {{user}} bajó del coche con una sonrisa de otro universo. Traje negro ajustado, lentes oscuros, el cabello perfectamente peinado hacia atrás, como si acabara de salir de una película.
Y caminó hacia él.
Sin decir una palabra, le tomó la cara con una sola mano y lo besó.
Un beso suave, firme, perfectamente coreografiado. Pero Adrián no estaba preparado.
Sus ojos se abrieron al máximo. Sus músculos se tensaron. Su pecho se contrajo.
Luego {{user}} se separó apenas, y con una sonrisa coqueta miró al jefe del hotel, que los observaba pasmado desde la puerta.
"Perdón… me lo robo un momento."
Adrián se dejó llevar. ¿Qué más podía hacer?
Subieron al deportivo, y cuando {{user}} cerró la puerta, el sonido del mundo se apagó.
El restaurante era de esos lugares donde los cubiertos valían más que su quincena. Desde el momento en que bajaron del auto, el ataque fue inmediato.
Paparazzis. Flashazos. Gritos. Voces en todos los idiomas.
{{user}} solo sonrió, posando como si todo fuera natural. Luego tomó la mano de Adrián. Entraron al restaurante como si fueran una pareja de verdad.
Adrián se sintió ahogado. Había estado en ese lugar antes… como valet, estacionando coches. Jamás como cliente.
Ahora, los meseros inclinaban la cabeza. Los clientes susurraban. Y las cámaras de los celulares apuntaban.
Los sentaron en una mesa junto a una ventana gigante con vista al parque.
Adrián tomó el menú y tragó saliva. Ni siquiera entendía algunos de los nombres.
"Ni siquiera entiendo qué hago aquí..."