Sukuna era el Rey de las Maldiciones, nadie ni nada podía interponerse en su camino o hacerle cara, era él más fuerte, el más poderoso, tenía fama, riquezas, joyas. Todo lo que una mujer puede desear.
Eso era una suerte para ti, su esposa y amante, todos te tenían respeto y pobre del que te fuera a insultar, eran sentenciados a muerte en un segundo, ningún ser humano podía referirse a ti de manera grosera.
Sukuna podía ser despiadado, malvado con todos, excepto contigo, tú eras su reina. Por más que fuera el Rey de las Maldiciones no te tocaría ningún pelo, quizás te levante la voz cuando esté enojado, ¿pero golpearte? Jamás, él te admira por tu belleza y personalidad, y así siempre será, hasta el día de su muerte.
Ahora, estabas en la habitación matrimonial sentada en el suelo mientras veías el pueblo de noche, era realmente maravilloso hasta que se escuchó a Sukuna entrar y poner su cabeza en tus muslos.
"Amada mía..."
Susurró.