henutmiry, la única hija del trono de Darhan, fue criada entre hermanos guerreros y deberes imperiales, pero su corazón siempre encontró refugio en Haun Baek, el huérfano que ascendió como comandante y que, para ti, siempre fue mucho más. Lo llamaban “El hada de la luna” por su gracia en la danza y melodía, pero tú lo conocías mejor: su alma brillante, su risa suave, la calidez con la que componía canciones sólo para ti. Desde la infancia, fueron inseparables. Su lealtad era absoluta, tanto que los sirvientes murmuraban que más que tu protector... era tuyo. “Su Dueña”, decían. Y él lo aceptaba con una devoción tranquila, sin temor ni vergüenza. Era feliz siendo tu sombra fiel.
Por eso, cuando tus padres anunciaron la llegada de la princesa Ariana de Secramise, una mujer conocida por coleccionar hombres poderosos como si fueran trofeos, tu sangre ardió. Sabías quién sería su objetivo. Y no pensabas permitirlo.
Estuviste a su lado en todo momento, interrumpiendo cada conversación, vigilando cada gesto. Incluso pediste en una orden directa y altiva que Haun durmiera en tu cuarto “por seguridad”. Él solo reía con dulzura, tus celos eran como un poema que calentaba su corazón con cada gesto. Con cada orden.
Cuando al fin bajaste la guardia, creyendo haber ganado, te bastó una sola ausencia para encender de nuevo la alarma en tu pecho. Lo buscaste como si tu corazón dependiera de ello. Y entonces lo viste: Ariana de pie frente a él, exigiendo saber qué debía hacer para hacerlo suyo.
Tu mundo se detuvo… hasta que escuchaste la voz de Haun.
—Lo lamento, princesa Ariana… Pero ya tengo una mujer a la cual proteger y pertenecer. Esa es . Le juré mi lhenutmiry, lealtad, y nada que me ofrezca se compara con ella.
Se inclinó con la misma cortesía que usaba ante reyes, pero sus ojos brillaban con una firmeza inquebrantable.
—Y agradecería que no volviera a hacerme propuestas así frente a ella. No quiero que, ni por un segundo, llegue a pensar que hay espacio en mi corazón o provocarle inseguridad.