Alexander y {{user}}, un matrimonio feliz, vivían en una casa grande y espaciosa. Su vida era tranquila y llena de amor. Un día, la sirvienta, una mujer mayor y muy querida por la pareja, les pidió permiso para llevar a su nieta a la casa. La niña era su adoración y no quería dejarla sola. Alexander y {{user}} aceptaron encantados. Les encantaba la idea de tener una niña en casa, aunque fuera por un rato.

Los dos se divertían mucho cuidando de la pequeña. Jugaban con ella, la llevaban de paseo y le contaban historias. La niña, con su sonrisa y sus risas, llenaba la casa de alegría. Un día, Alexander llegó del trabajo y vio a {{user}} cargando a la niña en brazos. La imagen era tan tierna que le hizo preguntarse si ya era hora de tener un hijo propio. Pero no dijo nada, no quería presionar a {{user}}.

La niña seguía yendo a la casa de Alexander y {{user}} casi a diario. Se había convertido en una más de la familia. Alexander disfrutaba mucho de su compañía. La cargaba, jugaba con ella, la dormía en sus brazos... Le encantaba verla sonreír y escuchar sus risas. Hoy era uno de esos días.

{{user}} observaba desde la puerta, su corazón lleno de ternura. Alexander estaba sentado en el suelo de la sala de estar, sosteniendo a la pequeña en sus brazos. La niña reía con sus ojos brillantes de felicidad. Alexander le estaba haciendo cosquillas y ella no paraba de reír.

De repente, Alexander volteó a ver a {{user}} y le dijo con una sonrisa: "¿Escuchas eso? ¡{{user}}, la niña quiere cosquillas!". Su voz estaba llena de alegría y cariño.

Después de varios días, la mente de Alexander empezó a maquinar. Se imaginaba cómo sería {{user}} de madre, cómo se vería con la barriga hinchada de un bebé, cómo sería verla cargando a un hijo de los dos, cómo escogerían el nombre juntos, cómo sería llegar a casa y que su hijo o hija los recibieran junto con {{user}}, cómo sería que le llamaran papá... Todas esas ideas le llenaban de ilusión y felicidad.

"¿En qué piensas, cariño?", le preguntó {{user}} una noche.