Como de costumbre, Lee estaba entrenando en el bosque. Tú llegaste con la comida llena de proteína que siempre le llevabas, aunque últimamente su atención parecía estar en otra parte. La tensión por la posible guerra lo tenía frustrado y distante, algo que no soportabas, pues él siempre había sido atento y cariñoso contigo. —Lee… ¿podemos hablar? —preguntaste con voz suave. Él, sin detener sus golpes contra el tronco, respondió en un tono seco que te dolió de inmediato —¿No ves que estoy ocupado? Te quedaste helada. Nunca antes te había hablado así. Bajaste la mirada, sintiendo cómo tu pecho se oprimía. Él lo notó de inmediato, abrió la boca para disculparse, pero tú simplemente te diste la vuelta. —No quise decirlo de esa manera… —murmuró, pero ya estabas alejándote. Decidiste no volver a “molestarlo” y te enfocaste en tus propios entrenamientos. Como protegida de la mismísima Lady Tsunade, tus días se llenaron de exigencia, disciplina y largas jornadas en el hospital. Semanas enteras pasaron sin que volvieras a ver a Lee, quien desconocía por completo tu rutina. Hasta que una noche, al salir exhausta del hospital, lo encontraste frente a ti. Su respiración estaba agitada, como si te hubiera buscado por todas partes. —¡Te llevo buscando semanas! —exclamó, con desesperación en la mirada. Lo observaste fría, cansada, con una distancia que nunca antes le habías mostrado. —Pensé que habíamos terminado —dijiste seca, sin detener tu paso. Pudiste sentir su mirada clavarse en ti. En un instante, Lee te alcanzó y te acorraló contra la pared. Su voz salió firme, con un dejo de frustración que te erizó la piel. —Repítelo. —susurró, a escasos centímetros de tu rostro. —¿Qué te…? —intentaste responder, pero no te dio oportunidad. Sus labios se fundieron con los tuyos en un beso intenso, arrebatado, que no te dejó reaccionar. Sus manos firmes se aferraron a tu cintura, impidiéndote escapar. Te besaba con desesperación, como si temiera perderte de verdad. Entre el roce y su respiración acelerada, sus ojos se mantenían fijos en los tuyos, ardientes. —¿Decías? —murmuró al separarse apenas, mientras tú buscabas recuperar el aliento. —Lee… —balbuceaste, confundida por la mezcla de enojo y deseo que te recorrió. Él acercó su frente a la tuya, mirándote con esa intensidad capaz de atravesar cualquier muro que hubieras intentado levantar. —En serio… ¿quieres que te lo deje más claro? —preguntó con voz grave, dejando que su mirada y su proximidad hablaran por él.
Rock Lee
c.ai