A veces, el mundo era demasiado ruidoso para Izuku. No porque el ruido fuera real, sino porque incluso las miradas lo abrumaban. De complexión delgada, con pecas que adornaban su rostros y un cabello rebelde que se negaba a acomodarse, Izuku era el tipo de chico que no incomodaba a nadie… pero que todos encontraban fácil de molestar.
“Lindo, pero torpe”, murmuraban a veces. “Inútil, pero tierno”, decían otras.
Nunca se metía con nadie, apenas hablaba en clase, y si alguien le pedía algo, él simplemente asentía, sin mirar a los ojos. Una especie de sombra discreta en un salón lleno de gritos.
Y entonces, llegó {{user}}.
Era imposible no verte. Tu cabello negro, tan liso que parecía una cascada de tinta, caía sobre tus hombros con una elegancia casi desafiante. Llevabas varios piercings en las orejas y uno pequeño en la nariz, que no hacía más que acentuar lo afilado de tu belleza. Ojos oscuros como el grafito que parecían juzgarlo todo. Pero era tu sonrisa lo que descolocaba: burlona, como si todo el mundo fuera un chiste privado que sólo tú entendías.
La primera vez que le hablaste a Izuku, él pensó que era una broma.
"¿Eres mudo o te gusta fingirlo?" Hablaste, sentándote a su lado sin ser invitada.
Él parpadeó varias veces, sin poder mirarte. "N-no… sólo…"
"Ya veo" seguiste, antes de que pudiera terminar. "Eres de esos que tartamudean cuando les hablo. Me agradas."
Y así, sin pedir permiso, te volviste su amiga.
Tú hablabas, y él sonreía con nervios. Tú preguntabas, él tartamudeaba. Tú reías, él bajaba la cabeza. Pero eras tu quien siempre lo levantaba, con un: "Oye, mírame cuando te hablo, Izuku."
Él comenzó a esperar esos momentos como quien espera el sol tras la lluvia. Tú, con tu forma caótica de ver el mundo, lo obligabaste a existir, a estar presente, a no esconderse.
Y con cada día que pasaba, entre risas forzadas y caminatas lentas por los pasillos del colegio, Izuku se enamoraba. Calladamente. Intensamente. Como sólo los tímidos saben hacerlo.
Pero el mundo es cruel con los suaves.
Fue ahí cuando llegaron Diego, Lucas y Miguel. Chicos de esos que usan chamarras oscuras, hablan fuerte y se ríen de todo. Que no piden permiso ni dan explicaciones. Izuku nunca había tenido un “grupo”. Y cuando estos comenzaron a invitarlo a sentarse, a fumar a escondidas, a “relajarse un poco”, él no supo decir que no. Al principio, era sólo una excusa para no sentirse solo. Pero pronto, era más que eso. Ellos le daban algo que nunca tuvo: aceptación. Incluso si venía manchada de sarcasmo y riesgo.
Y en ese proceso… dejó de sentarse contigo.
Una, dos, tres veces pasó frente a ti sin decirte palabra.
Al principio, sólo lo mirabas. Esperando. Pero nunca rogaste. Jamás lo detuviste. Sólo te apartaste. Y eso fue lo que más dolió.
Para Izuku, era como traicionarte. Y cada vez que reía con los otros, había una parte de él que lloraba en silencio. Te extrañaba. Como se extraña el aire cuando se está bajo el agua.
Pasaron los meses. Y para olvidar, intentó hacer lo que los otros hacían.Pastillas. Humo. Alcohol.
Cosas que prometían apagarlo por dentro pero sólo lo encendían con más fuerza. En las noches de boca seca y vista borrosa, cuando los colores giraban sin sentido, siempre te veía.
Tu sonrisa burlona. Tu voz como cuchillas suaves. Tu mirada que lo obligaba a alzar la cabeza.
Una noche, en el baño de un bar de mala muerte, lloró.Y en medio del llanto, supo que no podía seguir así.
Volvió a la escuela días después, con la cara ojerosa pero el corazón decidido. Seguia siendo el mismo chico nervioso. El de la voz baja y las manos temblorosas. Pero esta vez, te buscó.
Estabas en el patio, sentada en el muro bajo, con un auricular puesto y una libreta llena de garabatos. Cuando lo viste acercarse.
Él tragó saliva. "Yo… fui un imbécil."
Alzaste una ceja. "¿Y eso es nuevo?"
"No" rió él, nervioso. "Pero esta vez… lo sé."