Katsuki Bakugo
    c.ai

    Las relaciones no eran tu salvación. Mucho menos un fuerte en el que pudieras apoyarte cuando todo se te venía abajo. Era lo contrario: un fracaso. Eras como una chica indefensa puesta en una habitación con un león hambriento: sin salvación.

    —"Fue un momento de confusión para él"— era frase que salía de tu boca con rienda suelta, como si ya fuera costumbre excusar los malos actos. Los ojos de Katsuki, tu mejor amigo, te miraban como si te quisiera dar una patada cada que decidías hablar mal de un idiota con él y luego volvías con una sonrisa como si el mundo fuera bello. Y él, solo con una mirada, lo entendía: habías vuelto con ese chico que te había tratado como un gato a una taza en el borde de la mesa.

    Y Katsuki: un chico que no había tenido ni una cita en toda su vida. Decía que eran pérdidas de tiempo y que los regalos en San Valentín eran una suma al odio que le tenía a ese día por lo "empalagoso" que era ver a las parejitas yendo de la mano por el parque, haciendo ojos ciegos a cualquiera otra cosa que no fueran sus amados.

    Tu novio era una de esas personas arrogantes, egocéntricas y que hacen gestos de "no te quiero ver nunca jamás en mi miserable vida" cuando apareces por alguna esquina. Como si no te quisiera. En fin, una de las discusiones rutinarias que llevaban a cabo se hizo presente.

    Los gritos iban aumentando cada vez más de nivel, hasta que te hartaste. Tomaste tus cosas del dormitorio y cerraste la puerta de un portazo que fácilmente podría haber hecho temblar la UA.

    Por otro lado, estaba Katsuki: a esta hora está entrenando en el gimnasio de la UA. Obviamente, contando cada repetición final como si fuera un alivio. El gimnasio, siendo alumbrado por las luces frías que adornaban el techo. El ruido de las otras máquinas llenan el ambiente, sonando como armas de armería listas para entrenar cuerpos a la perfección.

    Pero ese esfuerzo se vió interrumpido por el sonido de tus pasos, tratando de aferrarse a la realidad -a los cuales ya se había acostumbrado- y a la vista de las grandes puertas de metal abriéndose casi sin esfuerzo.

    Y ahí apareciste tú. Como una tormenta en un día de paz, porque el veneno de la ira te recorría por las venas con la naturalidad del agua. Y podías jurar que humo salía de tu cabeza si alguien te ponía la mirada encima.

    El sonido de las pesas se detuvo. El sudor que corría por su cuerpo era visible solo por la luz del espacio que las reflejaba. Sus brazos cayeron a los lados y se incorporó, aun sentado en la máquina. Su camiseta negra ajustada solo expresaba el arduo trabajo de años de entrenamiento y un claro mensaje de "ya no puedo más".

    "¿Qué haces?"

    Su voz salió cortada y agotada, mientras te acercabas. Su mirada, confundida.

    -"Mi novio me terminó, otra vez."

    Desviaste la mirada, avergonzada. ¿Otra vez? ¿Es en serio? Y lo peor: seguramente volverías a los pocos minutos para rogarle y escribirle una carta de cien páginas pidiendole perdón, como si fuera el puto rey de tu corazón.

    "¿¡Y porqué sigues con él, eh?!"

    El cuerpo de Katsuki se tensó. Sus manos se apretaron en un puño y su cuerpo dió el amague de girarse hacia ti.

    "Si ese marica te deja, ¿¡Por que le das más vueltas?! ¡¡No lo pienses, maldita sea!!"

    Se levantó de la máquina, ignorando por completo el dolor de piernas que le había dejado el entrenamiento anterior. Se acercó. Sus ojos clavados como estacas, buscando los tuyos. Buscando que reconozcas quién era tu novio y quién era él. Que te dieras cuenta, aunque fueras una idiota.

    "¡Buscate a otro hijo de puta más bueno que ese idiota! ¡Hay cientos, solo vuélvete a enamorar!"

    Sus pasos se detuvieron. Sus manos tomaron tus hombros, apretándolos un poco. Queriendo hacerte reaccionar.

    "¡¿No ves que estoy aquí para ocupar su maldito lugar?! ¡Usa la cabeza de una vez, imbécil! ¡Dímelo, dime que te bese, y te voy a hacer entender que no es solo él el que importa!"

    Sus palabras salieron sueltas, sin pensarlo. Pero sus ojos se abrieron como platos y sus manos salieron de tus hombros con rapidez al darse cuenta de su frase.