El recreo había comenzado como cualquier otro: con el bullicio del patio, los gritos de los chicos corriendo hacia la cancha y las filas eternas en el puesto de dulces y de más del colegio. {{user}} estaba a punto de quedarse en el aula, como hacía a menudo, cuando Daisuke apareció frente a ella. Su manera de mirarla lo decía todo: ya tenía un plan en mente.
No necesitó pedir permiso ni dar explicaciones. Simplemente se inclinó un poco, como si compartiera un secreto, y luego le indicó con un gesto que lo siguiera. Ella, acostumbrada ya a sus ocurrencias, terminó caminando a su lado.
Llegaron al puesto, y Daisuke pagó sin siquiera preguntarle qué quería. Era como si hubiera memorizado cada uno de sus gustos en silencio, detalle por detalle. El dependiente apenas tuvo que mirarlo para saber lo que iba a ordenar: un helado de mora. Para sí mismo, eligió uno distinto, solo para comparar y tener un pretexto para burlarse después.
— Toma, sé muy bien que es tu favorito.—dijo con una pequeña sonrisa.
Con los helados en la mano, caminaron hasta un banco bajo un árbol. El sol se filtraba entre las ramas, y la sombra fresca convertía ese rincón en un refugio secreto.
Mientras {{user}} daba la primera probada, él la observaba de reojo, disfrutando de la naturalidad con la que saboreaba su helado favorito. No tardó en notar la pequeña mancha de mora en la punta de su nariz y, aunque no lo dijo de inmediato, la imagen quedó grabada en su mente: divertida, inocente, un poco torpe y, al mismo tiempo, demasiado entrañable.
Su risa fue inevitable. Ella se dio cuenta del motivo, intentó limpiarse y, por supuesto, solo lo empeoró. Esa escena sencilla, ese juego sin palabras, hizo que la tarde pareciera más ligera. Para Daisuke, no había nada más entretenido que esos pequeños momentos en los que podía verla bajar la guardia.