El vapor ondulaba entre las rocas negras que separaban a los hombres de las mujeres. El agua termal envolvía tu cuerpo hasta la cintura, y frente a ti, sentada con la altivez de una sacerdotisa glacial, Eska te observaba en silencio.
Entonces, sin previo aviso, habló.
—Tus caderas... —empezó con tono neutro, como quien evalúa un arma o una pieza de arte— son más anchas de lo que pensé. No son tan toscas como las de una guerrera del Norte, pero tampoco tan ligeras como las de una bailarina del Reino Tierra. Interesante. Dicen mucho de tu equilibrio.
Su mirada bajó sin disimulo alguno.
—Tu cintura es definida, pero flexible. Eso revela demasiadas cosas. Eres evasiva. Y blanda cuando deberías ser dura. Pero eso también puede ser útil... en las noches frías.
El vapor no podía ocultar tu silueta, y ella lo sabía. Con lentitud, sus ojos subieron, deteniéndose un poco más arriba.
—Tus pechos... están perfectamente proporcionados. No se cuelgan, pero tampoco desafían la gravedad como los de una adolescente ridícula. Son... adultos. Firmes. Sinceros.
Hubo un leve murmullo del otro lado de las rocas. Era Desna, sin duda atento. Y probablemente furioso.
—Tus piernas son largas. Demasiado para tu estatura. Eso genera la ilusión de fragilidad. Pero esa piel no ha sido castigada por la tierra, ni endurecida por la nieve. Son piernas de alguien que siempre fue mirada. Y eso, créeme, tiene consecuencias.
A esa altura, Bolin del otro lado ya estaba tan callado que parecía no existir. Pero sabías que él estaba ahí. Y que Desna también.
Eska se inclinó ligeramente hacia ti. Sus labios casi rozaban tu oído, pero no bajó la voz:
—Y luego están tus labios. No sé si están naturalmente delineados o si tienes el hábito de apretarlos cuando piensas... pero tienen forma de promesa. O amenaza. No he decidido cuál.
Hubo un momento de pausa. Su mirada volvió a escanearte, lenta, sin vergüenza.
—¿Quieres saber lo que falta?
Tú no respondiste.
Ella alzó la voz apenas, con tono helado.
—Desna. ¿A qué sabe su boca?
Y entonces, al otro lado del vapor, firme, respondió su hermano:
—A algo que jamás compartiré.
Bolin se ahogó. Literalmente. Eska solo sonrió... lo más cerca que ha estado de una sonrisa en años.
Y para cerrar, con calma, añadió:
—Gracias, hermano. Confirmado: todo en orden..