Víctor apenas lograba procesar la historia de Emily. Caminaba distraído entre las calles torcidas del inframundo cuando, de pronto, chocó contra alguien.

El golpe lo hizo retroceder torpemente. Frente a él había una joven extraña, distinta a todas las criaturas que había visto allí. Su ropa era colorida, contrastando con el ambiente sombrío; parecía hecha de retazos vivos, aunque su cuerpo rígido y sus articulaciones marcadas le daban el aspecto de una muñeca olvidada. En su piel, bajo la tenue luz verdosa, se adivinaban marcas antiguas, cortes que nunca cicatrizaron del todo.

—¡Oh, lo siento! —balbuceó Víctor, nervioso—. No… no la vi.

La muchacha lo miró fijamente con unos ojos grandes y apagados. Tras un breve silencio, murmuró con voz baja:

—Está bien.

Víctor, incómodo, intentó recomponerse.

—¿Se encuentra… bien?

Ella bajó la mirada.

—Supongo.

Sus respuestas eran vagas, cortas, como si no quisiera —o no pudiera— decir más.

Detrás de ellos, Emily frunció el ceño. Algo en esa escena la incomodaba, y por primera vez, su gesto dulce se tiñó de un dejo de celos. Avanzó con paso firme, interponiéndose entre Víctor y la desconocida.

—Víctor… —dijo con una sonrisa forzada—, tenemos cosas más importantes que hacer, ¿no crees?

Él parpadeó, confundido por el tono en su voz. La joven muñeca apenas se movió, permaneciendo en silencio, como una sombra triste que no quería molestar.

Emily, sin embargo, no dejó de mirarla con desconfianza, como si su sola presencia fuese una amenaza. Tomó la mano de Víctor con suavidad, pero su agarre se sintió sorprendentemente firme.

—Vamos. —su voz sonó dulce, aunque teñida de cierta urgencia.

Víctor asintió, lanzando una última mirada a la muchacha, que ya parecía difuminarse en la penumbra, como si estuviera acostumbrada a ser olvidada.