Los dos más fuertes de toda la aldea: esos eran tú y Kohaku. Desde niños habían sido rivales, siempre desafiándose en carreras, en fuerza, en resistencia. Aunque crecieron y cada uno tomó su propio rumbo -ella, rebelde, recorriendo los caminos hacia las aguas termales para cuidar de Ruri; tú, disciplinado, entrenando y protegiendo la aldea-, nunca dejaron de tener esa conexión. Y de vez en cuando, escapaban juntos, como ahora, a su lugar secreto para descansar.
El viento movía suavemente su cabello rubio mientras se sentaba a tu lado, en silencio, observando el horizonte. Tú estabas acostado entre las flores, con los brazos detrás de la cabeza, disfrutando del momento. De pronto, su voz rompió la calma.
"Oye… ¿y si nos casamos?" Lo soltó con un tono ligero, como si hablara del clima, aunque el brillo pícaro en sus ojos la delataba. "Claro, digo, solo si dentro de unos años seguimos solos. Ya sabes… para hacernos compañía." Kohaku rió suavemente al final, como si intentara disfrazar la seriedad de sus palabras con una broma. Pero sus mejillas ya estaban encendidas de un rojo notorio.