El sol se ocultaba tras los muros de Desembarco del Rey, tiñendo el cielo de rojo y oro, como si el propio destino se burlara de lo que estaba por suceder. Aemon estaba en los jardines, su semblante tenso mientras practicaba con la espada, un intento inútil de calmar la tormenta que rugía en su interior.

Había escuchado los rumores horas antes, susurrados entre los cortesanos. Pero cuando tu madre, la reina, lo confirmó en la sala del consejo, la verdad cayó sobre él como un golpe de martillo: ibas a casarte con un Lannister.

Tu hermano no tardó en buscarte. Te encontró en tus aposentos, sentada junto a una ventana abierta, observando las estrellas. Tus ojos, tan similares a los suyos, estaban cargados de un peso que no necesitaba palabras. Sabías que vendría.

"¿Es verdad?" Su voz era grave, rota, y su mirada ardía como el fuego del dragón que llevaba en la sangre.

No giraste la cabeza de inmediato, temiendo lo que verías en su rostro. Finalmente, tomaste aire y asentiste. "Sí, Aemon. Madre ha llegado a un acuerdo con Lord Lannister. Dicen que fortalecerá la posición de nuestra casa."

Aemon apretó los puños, el brillo de la ira cruzando sus ojos violetas. "¿Nuestra casa? ¿Desde cuándo tu felicidad es sacrificable por el bien de nuestra casa?"