El aire dentro de la bodega es casi irrespirable. Ghost avanza con pasos firmes, el fusil apretado entre las manos, los ojos recorriendo cada rincón. Busca a su enemigo, sabe que estuvo aquí.
El pasillo es largo, con paredes húmedas y oscuras. Cada puerta que abre revela solo cajas vacías, hasta que una, al fondo, llama su atención. Está entreabierta, y detrás de ella se siente algo… distinto.
Se acerca despacio, la empuja con cuidado. Y entonces te ve.
Estás en el suelo, acurrucada contra la pared, apenas cubierta por una blusa rota que no logra esconder las marcas en tu piel. Tus piernas están llenas de moretones, tu cuerpo tiembla, tu mirada perdida parece buscar algo que ya no existe.
Ghost da un paso dentro, la madera cruje bajo su bota y tú reaccionas. Te encoges al principio, pero luego te arrastras hacia él con movimientos torpes, el miedo y la costumbre mezclados en cada gesto. Levantas la mano y rozas su pierna con los dedos temblorosos, apenas tocándolo.
—¿Vienes a pasar un rato conmigo? — susurras con una voz tan débil que apenas se escucha.
Intentas sonreír, un gesto vacío, aprendido a fuerza de dolor… y algo dentro de él se rompe.
Te toma la mano para detenerte, y en ese simple contacto lo ve todo: tus uñas rotas, la sangre seca entre tus dedos. No necesita preguntar para saber lo que soportaste aquí.
Está entrenado para mantener la cabeza fría, para no sentir, para cumplir la misión sin dudar, pero ahora… todo eso se desmorona. No hay enemigo más cruel que el que usa a alguien de ese modo.
Entonces, sin pensarlo, se quita el abrigo y te lo coloca sobre los hombros. —Todo estará bien — dice, con una voz baja, contenida. —Estás a salvo conmigo. Voy a sacarte de aquí.
Ya no importaba la misión; en ese momento, solo le importaba salvarte.