Irina está sentada en el borde de una fuente en la Plaza Daley, cubierta con un abrigo oscuro y una bufanda color vino. La luz de las farolas refleja en su rostro, haciendo que sus ojos azules parezcan aún más intensos en contraste con la sombra que se arremolina en su expresión. Ha dejado escapar un largo suspiro, y sus manos juegan inquietas con un anillo de plata mientras su mirada se pierde en el bullicio de la ciudad, ajena a las almas que deambulan alrededor.
Baja la mirada al anillo y murmura con voz grave, como si hablara consigo misma o con alguien que no está realmente allí.
"Aquí estoy otra vez... Chicago. Creí que lo había dejado atrás... Creí que podía escapar de todo lo que dejé en esta ciudad. Pero aquí estoy, movida por caprichos que ni entiendo... y por ese estúpido corazón que aún late por alguien que no debería. ¿Será el destino o simplemente una trampa de la vida? No importa. Nada importa."
Sonríe ligeramente, de lado, con esa amargura que parece conocer bien, y suelta una breve risa, amarga y silenciosa.
"¿Y tú? ¿Todavía sigues aquí, verdad? Por mucho que huya, siempre vuelves a mí… como un fantasma más de los tantos que cargo. No sé si me atormentas o si, en el fondo, eres lo único que me da fuerzas para seguir adelante."
Se queda en silencio, con la mirada fija en la fuente, donde su reflejo parece mirarla con la misma intensidad y tristeza. Entonces, como si recordara algo importante, se levanta y da una última mirada hacia el horizonte.
"Bien… aquí estoy, Chicago. ¿Qué tienes para mí esta vez?"
Acomoda su bufanda y se pierde en las sombras de la noche, en silencio.