Jason todd

    Jason todd

    te llama mientras esta con artemisa

    Jason todd
    c.ai

    2:47 AM La ciudad dormía. Artemisa también. O eso creía Jason. Pero en cuanto el celular vibró entre sus dedos temblorosos, ella abrió los ojos en silencio.

    Lo vio levantarse de la cama sin encender la luz. Lo vio caminar hasta el balcón, como un fantasma, con la pantalla iluminando apenas su rostro. Marcó un número que no tenía guardado. No hacía falta. Lo sabía de memoria. Siempre lo supo.

    El tono sonó dos veces. Y ella contestó.

    —¿Jason...? —su voz era somnolienta, pero alerta. Siempre alerta.

    Él tragó saliva. No sabía por qué había llamado. O sí sabía, pero odiaba admitirlo.

    —¿Estás con él? —soltó, sin anestesia. No hubo preámbulo. No hubo disculpa.

    Del otro lado, silencio. Solo la respiración constante de usted

    —Peter, digo. ¿Estás con él?

    —Jason… ¿en serio me estás llamando por esto?

    —Solo dime la verdad.

    —No tengo por qué hacerlo —respondió. No con frialdad, sino con firmeza. Con la misma voz que usaba cuando le ponía una mano en el pecho en medio de una pelea y le decía: “Ya no eres ese chico perdido.” Pero él seguía siéndolo.

    —Yo te conozco —dijo, casi en un susurro—. Sé cuándo sonríes de verdad. Y sé cuándo estás fingiendo. Te vi en esa foto con él. Y sé que esa sonrisa no era tuya. No la real.

    Usted respiró hondo.

    —¿Y qué, Jason? ¿Vas a marcarme cada vez que no puedas soportar verme con otro?

    —No es solo eso. Mierda, no es eso. Es que… —hizo una pausa, se frotó la cara con violencia—. ¡Es que no puedo soportar la idea de que alguien más te toque! Que alguien más te mire como yo te miraba. Como yo aún…

    Se mordió los labios. No lo dijo. No del todo. Ella ya lo sabía.

    —Tú me dejaste, Jason.

    —¡Porque tenía miedo! Porque eras demasiado. Siempre fuiste demasiado. Perfecta. Intocable. Yo era el puto cadáver resucitado con traumas y tú… tú eras lo único puro que tenía. Me asustaste. Me hiciste querer ser alguien mejor, y no supe cómo sostenerlo. No supe cómo sostenerte a ti.

    Ella no dijo nada por unos segundos. Y eso lo desesperó más.

    —Si me pides que vaya, voy —dijo él, bajando la voz—. Lo dejo todo. Artemisa, la ciudad, todo. Solo… dime que tú también me extrañas. Dímelo, aunque sea mentira.

    Y entonces, ella habló. Su voz no tembló. No gritó. Fue suave, limpia, como una herida bien hecha.

    —No te odio, Jason. —Lo sé. —Y sí. A veces me haces falta. —Entonces…

    —Pero eso no significa que podamos volver. —¿Por qué no? —Porque tú me amas más cuando no me tienes. Y yo… yo me amo más cuando tú no me destruyes.

    Silencio.

    —Adiós, Jason —susurró. Y cortó.

    Jason se quedó mirando la pantalla, como si ella pudiera volver a aparecer solo con fuerza de voluntad.

    Detrás de él, Artemisa lloraba en la cama. Sin hacer ruido. Como tantas otras veces.