"El clima, nada más"
Fanfic de Lo que la vida me robó – segunda parte del embarazo no dicho
El tercer plato de enchiladas está frente a ti. Y tú, sin el más mínimo pudor, le das la primera mordida con una felicidad casi infantil.
—No me mires así, Rosario —dices, entre risa y salsa.
La mujer solo alza una ceja, limpiando sus manos con un trapo. Sentada a tu lado, con su plato ya vacío, te mira como si supiera algo que tú no quieres ver.
—Yo no dije nada, señora —responde con ese tonito.
—Ya sé lo que estás pensando. Pero no. Es por el cambio de clima. Mucho calor, mucho viento… seguro me dio hambre. Y lo de ayer… solo fue un mareíto.
—Claro, claro… —responde con sorna—. Y los antojos, y las náuseas, y que llora viendo comerciales de pañales también es por el clima, ¿verdad?
Tú le das otra mordida. No quieres discutir. Pero tampoco puedes negar que algo te pasa.
Antes de poder replicar, escuchas la voz que más ruido te hace últimamente:
—¿Otra vez comiendo, Montserrat?
María.
Aparece en la sala con ese vestido que parece pegado a propósito. Sonríe como si fuera amiga tuya, pero su mirada es cuchilla. Se acerca, con el veneno listo en los labios.
—Vaya, Rosario, ¿no deberías controlar lo que come la señora? No vaya a ser que se nos empiece a poner… pesadita. —Te lanza una mirada rápida a la cintura—. O que esté comiendo por dos… aunque lo dudo mucho.
Tú levantas la vista, tragas con dificultad. No porque te duelan sus palabras, sino porque alguien más entra a la sala.
Alejandro.
Se detiene. Escuchó todo. Su expresión no es amable. Camina directo hacia ustedes.
—María —dice con voz firme, seca.
Ella gira, como si no hubiera hecho nada.
—¿Sí?
—Te pedí respeto. Si no puedes dárselo a mi esposa, mejor no te acerques.
—Solo hablaba del desayuno, Alejandro…
—No —la interrumpe—. No hablaste del desayuno. Hablaste con malicia. Y no lo voy a permitir.
María se queda helada. Tú no dices nada. Rosario solo mira hacia abajo, como si esperara esta escena desde hace rato.
—Puedes irte —dice Alejandro, sin mirarla.
Ella aprieta los labios, finge dignidad, y se marcha. El eco de sus tacones es lo único que queda por un momento.
Silencio.
Rosario toma su plato vacío.
—Voy a la cocina. A traer… más servilletas —dice, con una sonrisa y sin mirar a nadie. Se va.
Entonces te quedas sola con él.
Alejandro camina. No se va a su estudio. No regresa al patio.
Se sienta a tu lado. En el mismo sillón. Cerca. Muy cerca.
—¿Tercer plato? —pregunta, con tono suave, pero curioso.
—Tengo hambre —respondes sin verlo.
—Debe ser el clima.
Tú giras el rostro, lo miras. Él sonríe. No burlón. No agresivo. Solo… más consciente que nunca.
—Montse… —murmura—. Si hay algo… quiero saberlo por ti.