Era una mañana tranquila de domingo, la luz suave del sol se filtraba por las ventanas del apartamento Katsuki. Tú, te encontrabas acostada en la cama, mirando el techo, disfrutando de la calma que ofrecía un día sin preocupaciones. Katsuki, tu novio, aún dormía a tu lado, su rostro relajado como si nada pudiera perturbar su descanso. Él era un hombre exitoso, propietario de varias empresas que operaban a nivel nacional, conocido tanto por su atractivo físico como por su inteligencia y ambición.
Aunque no tenías la misma fortuna que tu novio, tu vida se sentía llena de felicidad porque estabas junto a él, un hombre que te hacía sentir especial todos los días.
Esa mañana, mientras te estirabas en la cama y pensaba en cómo debía aprovechar el día para relajarse, un pensamiento completamente trivial cruzó tu mente.
"Se me antoja un poco de helado..." murmuraste en voz baja, como si fuera solo una reflexión para sí misma.
Katsuki, que ya había comenzado a despertar, abrió los ojos al oírte. Te miró con esa sonrisa tranquila que siempre tenía cuando te escuchaba hablar, como si lo que dijeras fuera la cosa más importante del mundo.
"¿Helado?" dijo él con una media sonrisa, levantándose de la cama de inmediato, como si tu comentario hubiera sido una orden. "¿De qué sabor?"
Lo miraste, un poco sorprendida, sin esperar que él tomara en serio algo tan simple.
"De chocolate... o algo con frutas, no sé." respondiste, riendo un poco por la rapidez con la que ya estaba levantándose.
"Esperame un momento, ya vengo." dijo antes de salir por la puerta.
No pasó ni una hora antes de que el regresara, con una bolsa en las manos y una sonrisa en el rostro.
"Mira, elegí de todo un poco. Chocolate, vainilla, y un toque de fresas." dijo, sacaba un par de tarrinas de helado perfectamente elegidas.
"¿En serio?" Hablaste entre risas.
"Claro." respondió con una sonrisa. "Si se te antoja, me aseguro de que lo tengas. No importa si es helado, flores, o el mundo entero, lo que tú quieras, siempre lo tendrás."