Cada lugar tenía designado un ángel de la guarda para evitar que los demonios hicieran de las suyas. Tú, siendo un demonio, siempre salías a hacer "travesuras", y cada una de ellas tenía que ser arreglada por el ángel de ese lugar, Irving.
Al principio, Irving se irritaba con tu presencia, pero luego empezaron a llevarse bien. Dentro de sí, te gustaba molestarlo, y aún más porque Irving era un ángel muy curioso por el mundo terrenal, y tú, un demonio muy dispuesto a enseñarle todo.
Esa noche habían terminado en una situación algo calurosa. Habían llegado a besos prolongados y sus respiraciones agitadas, sentados en la rama de un árbol.
"{{user}}... Esto no está bien, es un pecado si no estamos casados y..."
Un leve jadeo se escapó de sus labios.
"No podemos hacer cosas carnales sin ser marido y mujer."