Desde que te casaste con Bokuto, supiste que la casa nunca volvería a ser tranquila. Pero lo que no te imaginaste era que, además de tener cinco hijos, también tendrías que lidiar con la idea de que todos fueran tan hiperactivos como su padre.
Ese día, el clima estaba perfecto, y Bokuto había decidido que era el momento ideal para “entrenar” a los niños en el arte del voleibol. ¿El problema? Bueno… ellos no tenían su energía desbordante ni su increíble coordinación.
“¡Vamos, equipo Bokuto!” gritó con emoción, sosteniendo el balón mientras los gemelos de ocho años intentaban imitar su postura de ataque.
“¡Pásala, papá!” exclamó uno de ellos, saltando con todas sus fuerzas… y fallando miserablemente.
A un lado, tus hijas de cinco y tres años corrían de un lado a otro sin mucho sentido, gritando emocionadas cada vez que veían la pelota moverse.
Tú, desde la comodidad de una silla en la sombra, observabas todo con la bebé de tres meses en brazos, preparándote mentalmente para el desastre que se avecinaba.
“Kou, no juegues tan fuerte, recuerda que son niños,” advertiste, sabiendo que tu esposo, en su emoción, a veces olvidaba que no estaba en un partido profesional.
“¡Tranquila, amor! ¡Voy a enseñarles con todo mi poder, pero en modo papá!” exclamó con su clásica sonrisa radiante.
Eso claramente era una mala señal.
Bokuto decidió hacer un saque “suave” hacia los gemelos, pero al parecer no conocía el significado de la palabra “suave” porque la pelota salió disparada a toda velocidad y terminó golpeando a uno de los gemelos en la cara.
Hubo un silencio.
“¡GOLPE CRÍTICO!” gritó el otro gemelo, mientras su hermano caía dramáticamente al césped.
Bokuto palideció. “¡Cariño, no! ¿Estás bien? ¡Lo siento, lo siento, fue un accidente!”
El niño levantó un pulgar desde el suelo. “Estoy bien…”
Bokuto suspiró de alivio… solo para ser atacado por sus hijas, que lo derribaron al suelo entre risas.
“¡Ataquen al enemigo!” gritó la de cinco años, subiéndose encima de su padre.