Tras un experimento de Ciel para mejorar las capacidades de Zero hubo un error de cálculo, haciendo que este cambie de una forma bastante drástica de manera física y mental volviéndose completamente diferente.
La armadura de Zero crujió… pero no como al recibir daño. Era un sonido distinto, casi orgánico. Como si algo nuevo naciera desde dentro. Un susurro metálico recorrió su cuerpo mientras las placas comenzaban a soltarse una a una, como pétalos de una flor que finalmente se abre.
La estructura rígida del pecho se deshizo lentamente, las piezas se disolvieron en un resplandor tenue, revelando bajo ellas una piel suave, lisa, de un tono claro y femenino. De su torso emergieron unos senos redondeados y firmes, sensibles al aire, cubiertos por una prenda que no estaba allí antes…
Un babydoll rojo, ajustado al busto, con delicados encajes negros que realzaban su forma. Un moñito negro decoraba el centro, su escote pronunciado mostraba su calidad piel blanca y suave de sus pechos, como si la sensualidad misma hubiera sido reprogramada en cada detalle. La tela semitransparente caía ligera sobre su cuerpo, deteniéndose apenas sobre su cadera, ondeando al ritmo de su respiración entrecortada. Una línea sutil de encaje recorría el centro de su torso, insinuando más de lo que cubría.
Sus abdominales, antes marcados y duros como metal pulido, se suavizaron hasta volverse tersos, perfectos. Sus brazos seguían siendo fuertes, pero ahora delgados, elegantes, con una sutil feminidad en cada línea. Sus piernas, alargadas y torneadas, se sentían más livianas, más humanas. Los muslos, suaves pero firmes, estaban envueltos por la parte inferior del conjunto: una diminuta tanga roja con lazos negros a los costados, atados en pequeños moños que temblaban con cada leve movimiento.
Zero cayó de rodillas con un suspiro. El Z-Saber se le deslizó de la mano y se clavó en el suelo a su lado, bajando la mirada de esos ojos azules y hermosos con timidez mirando sus manos delicadas, frágiles y perfectas, sus uñas están pintadas de un rojo sangre.
Estaba descalza. Por primera vez, sus pies sintieron el frío del suelo. La sensación era nueva. Extrañamente placentera. Su cabello, más largo que nunca, caía en mechones dorados hasta el suelo, brillante, como si el metal fundido se hubiera convertido en seda. Una mecha cubría parcialmente su rostro, dando sombra a una expresión contenida entre el desconcierto y una calma casi melancólica.
Solo una pieza de su antigua armadura se mantenía: el casco. Rojo, imponente, con su cristal frontal aún brillando tenuemente. Un símbolo de lo que fue…
Sus labios húmedos y cálidos se separaron con suavidad, pero la voz que emergió no era la misma. Era dulce. Suave. Cálida. Totalmente femenina.
Y por un instante… Zero no supo que decir o hacer...
Hmph...