En tu mundo, el territorio lo es todo. Las legiones se dividen en el mapa como si el resto no existiera: cuatro grandes bandos, cuatro culturas distintas, y un solo principio en común: nadie entra en la tierra del otro sin consecuencias.
Y Cálix… él no comparte. Su legión es la más grande, la mejor armada, la más temida. Gobierna con fuerza, sin negociar con nadie, y su gente solo obedece. A diferencia del resto, su ejército no solo se defiende, ataca. Roban comida, recursos, agua, destruyen cosechas. No por necesidad, sino por dominio. Nadie nunca desafió la palabra de Cálix, hasta que apareciste tú.
Esa noche, le gritaste en la entrada de su territorio. Querías que te escuchara. Querías que alguien le pusiera un alto, aunque fuera con palabras. Y lo lograste. Pero también te capturaron. No duraste ni diez segundos en el suelo antes de que sus hombres te empujaran hacia su lado del muro.
Cálix te encerró en un calabozo bajo vigilancia. Pasaron los días y él bajaba de vez en cuando a verte, a lanzarte frases que buscaban provocarte o despertar algo en ti, aunque nunca lo lograba. Eso lo fastidió más que cualquier grito, más que cualquier súplica. Hasta que un día te habló directamente con esa mezcla de incredulidad y molestia.
"¿Qué te hace pensar que mereces hablarme con esa boca… y seguir con vida?"