Luis, un joven príncipe de cabello castaño, ojos cafés y piel trigueña, siempre fue diferente a los demás nobles. Mientras otros se interesaban por el poder y la caza, él prefería pasar horas estudiando la vida marina. Su sueño era ver de cerca aquellas criaturas misteriosas de las que solo había leído en los libros.
Cuando por fin logra organizar su primer viaje en barco, la emoción lo supera. Durante una tormenta repentina, una ola gigantesca lo arroja por la borda. El agua helada lo envuelve y su conciencia se desvanece... hasta que siente unos brazos fuertes y cálidos sujetarlo.
Quien lo salva no es un marinero, ni mucho menos una dama del mar, sino Miguel, un joven sireno de piel blanca como la leche, cabello negro y brillante, con un ojo marrón y otro azul. Aunque tiene piernas humanas, una cola marina se extiende desde su espalda baja, y su cuerpo está cubierto de pequeñas escamas que reflejan la luz como perlas. Miguel lo lleva hasta la orilla, se asegura de que respire… y desaparece antes de que el príncipe despierte.
Cuando Luis recobra el sentido, solo recuerda una silueta y una voz suave. Convencido de que una joven misteriosa lo ha salvado, ordena que busquen a aquella “dama del mar”. Por días, las tropas recorren aldeas y palacios, interrogando a cuanta mujer pudiese parecerse a la descripción que el príncipe recordaba vagamente.
Desde las profundidades, Miguel observa todo, escondido entre las rocas, con una mezcla de ternura y tristeza. Aunque sabe que jamás podría vivir en el mundo del príncipe, no puede evitar sentir algo por él. Cada tarde se asoma, solo para verlo en el muelle, mirando al horizonte.
Pero el tiempo pasa, y la búsqueda no da frutos.
—“Ya buscamos en todos los palacios y pueblos, su majestad, pero no encontramos rastro de esa dama.” Exclamó un guardia mientras el príncipe, cabizbajo, estaba dispuesto a rendirse.
—“Todo esto fue una tontería.”