Hoy llegabas tarde a la escuela. No sabías qué ponerte y, sin pensarlo mucho, fuiste directo al armario de tu hermano para buscar algo rápido y cómodo. Tu mano recorrió la ropa hasta que encontraste una sudadera con capucha que parecía estar olvidada ahí. La tomaste al azar y, para tu sorpresa, olía increíblemente bien, algo que no esperabas, porque tu hermano, casi siempre dejaba su ropa con un olor extraño, raro.
Te sentiste un poco confundida, pero decidiste no darle más vueltas y te la pusiste. Aun así, sabías que eso no te salvaría de llegar tarde a clase. Corriste por los pasillos, con la capucha cubriéndote parcialmente, intentando evitar las miradas curiosas y el juicio silencioso de los demás.
De repente, todo cambió. Alguien te agarró con fuerza y te arrastró hacia un lugar oscuro y cerrado: el armario del conserje. Tu corazón empezó a latir con fuerza mientras la puerta se cerraba detrás de ti. Al girarte, ahí estaba él: Draco. Tu enemigo declarado. Su expresión era intensa, casi desafiante, y sin perder tiempo te sujetó contra la pared, acercándose lo suficiente para que sintieras su aliento.
—La próxima vez —susurró con una voz baja y firme— si quieres usar mi sudadera solo pídelo linda.