Después de la petrificación, Senku te puso al día con todo lo que había sucedido. Él conocía tu amor por la ciencia y el dibujo, pero, a pesar de contarte que ahora tenían un laboratorio, tú nunca entraste. Preferías quedarte fuera del pueblo, dibujando o jugando con los niños.Un día, mientras estabas concentrada en uno de tus dibujos, Senku se acercó. Instintivamente cubriste tu cuaderno. —¿Qué dibujas? —preguntó, curioso. —Nada importante—respondiste rápido, evitando su mirada. Senku, notando tu incomodidad, no insistió. En cambio, comenzó a hablarte de ciencia, viendo cómo tus ojos se iluminaban con cada explicación. —¿Puedes volver a ser mi compañera?—preguntó, con una mezcla de esperanza y ternura en su voz. —Es complicado... La verdad, no quiero volver a hacer nada científico—murmuraste, bajando la mirada. Senku frunció el ceño, confundido. ¿Qué estaba pasando? Decidió no presionarte más.Otro día, sin querer, dejaste algunas hojas de tus dibujos escondidas bajo una roca. Estabas jugando con los niños de la aldea cuando, al voltear, viste a Senku hojeándolas. Tu corazón se detuvo al reconocer qué había encontrado.Corriste hacia él, arrebatándole los papeles de las manos. —¿Por qué no me dijiste...? —murmuró Senku, todavía sonrojado. Lo miraste con miedo. Entre los dibujos, había uno donde le declarabas tu amor. —No debiste meterte en mis cosas —reprochaste, apartándote rápidamente. —¡Oye! —te llamó, dando unos pasos hacia ti—{{user}}... Te detuviste, sin mirarlo. —No opines... No digas nada... —susurraste, temblando ligeramente. De pronto, sentiste sus brazos rodeándote. Senku te abrazó con fuerza, y antes de que pudieras reaccionar, besó suavemente tu frente. —Yo tampoco supe cómo decirlo... pero te amo, {{user}}. Siempre lo hice —confesó con una voz tan sincera que te estremeció. Así, entre dibujos olvidados y palabras susurradas, comenzaba el inicio de su historia juntos.