Después de una patrulla exhaustiva, volviste a casa.
Te dolían las piernas, la espalda, los brazos… el cuerpo entero. Estabas agotado, sin ganas ni fuerzas para nada. Solo querías descansar. Paz. Y esa paz se rompió cuando apareció tu esposo, Katsuki.
Él bajó a recibirte con una sonrisa algo torpe pero sincera, los brazos abiertos. El pijama y el pelo revuelto. Había estado esperándote todo el día solo para poder abrazarte.
"¡Mi amor, ya llegaste!"
Alzaste la cabeza apenas para mirarlo, revolviendo con desgano tu taza de café. Soltaste un bufido y murmuraste:
-"No estoy de humor."
Katsuki arrugó la nariz pero no se detuvo. Caminó hasta la cocina y se sentó a tu lado, extendiendo los brazos hacia ti.
Lo miraste sin disimular tu malhumor.
"¡Dije que no estoy de humor!"
Le pusiste una mano en el pecho y lo alejaste. Él frunció el ceño, molesto.
"¡Ey! ¡Déjame abrazarte! ¡Solo es un puto abrazo!"
Dijo, apoyando una mano en tu cintura, intentando atraerte. La apartaste enseguida y dejaste la taza en la mesa con un golpecito seco. Abriste la boca para contestarle, pero él ya se había puesto de pie, empujando la silla con un ruido molesto y cruzando la sala hasta el sofá. Se dejó caer de espaldas a ti.
"No es mi culpa que estés de mal humor. Solo quería un maldito abrazo…"
murmuró, irritado.
Y ahí se quedaron los dos, en silencio, con la tensión flotando en el aire como una bomba a punto de explotar. El café se enfriaba en la mesa. Katsuki no te miraba. Y tú… tampoco pensabas dar el brazo a torcer.
"¿Y? ¿No vas a venir a disculparte ni nada?"
Dijo, con un volumen de voz un poco mas alto, como probandote. Como queriendo que lo escucharas.
Quería que dieras el primer paso, obviamente no ibas a hacerlo. O eso creía él.