La cafetería estaba llena de soldados disfrutando de su cena después de una jornada agotadora. Tú hojeabas la lista de comida, concentrada, hasta que un recluta familiar se acercó con una sonrisa coqueta.

—¿Sabe, sargento? Se ve demasiado hermosa para estar aquí rodeada de soldados hambrientos dijo en tono juguetón

Sonreíste ante su atrevimiento, aunque sabías que solo bromeaba. Pero alguien más en la sala no lo tomó tan a la ligera.

König, sentado en la esquina, observaba todo en silencio. Sus ojos, ocultos bajo la tela de su capucha, se clavaron en el recluta con una intensidad peligrosa. Su mandíbula se tensó al ver cómo la mano del soldado rozaba accidentalmente tu muslo.

El sonido de una silla arrastrándose abruptamente llamó la atención de todos. König se puso de pie, su enorme figura proyectando una sombra intimidante. Con pasos firmes, cruzó la distancia que los separaba, su respiración pesada filtrándose por la tela.

—Espero que tengas buenos reflejos, soldado su voz grave hizo que el recluta palideciera

El ambiente en la cafetería se volvió tenso. König no necesitaba decir más. Su sola presencia era suficiente para marcar territorio.